Hoy he pensado mucho en la maravillosa persona que me invitó a Fraternidad, ella tiene 6 años de pertenecer al grupo de damas e insistió tanto en que la acompañáramos (a las 14 amigas del colegio) a "esas cenas", pero había invitado a todas menos a mi.
Un día ella vió en mi rostro tristeza, soledad, desconsuelo, resignación... Y dispuso sus labios, sus gestos, su cariño al servicio de Dios (porque es él el que obra, no nosotros) y me invitó a Fraternidad.
¿Qué sería de mi vida hoy si el miedo la hubiera hecho retroceder? Ella decidió abrir el canal de bendición que Dios quería derramar sobre mí, y por eso me invitó. ¿Cuantas veces nosotros no invitamos a alguien que necesita del amor de Dios, de sus promesas, de sus milagros, solo porque nos da miedo?
En el nombre de Jesús yo bendigo la vida de mi amiga, y estaré siempre agradecida porque me hizo la mejor invitación que nunca nadie antes me había hecho.
Esta tarde, al igual que ella yo perdí el miedo e invité a una de las personas más importantes en mi vida: mi hermano.
Y me dijo que sí.
Esta tarde ha tomado más sentido para mí la frase: "las personas más felices de la tierra" si mi corazón reboza de alegría porque mi hermano va a acompañarme al grupo de jóvenes, ¿cómo estará el corazón de Dios?
No tengo palabras para explicar lo que siento, porque el deseo más grande de mi corazón es ver a mi hermano feliz, enamorado del Señor, próspero, bendecido. Tal como yo me siento ahora.
Yo amo a mi hermano, como mi amiga me ama a mí, y esta cadena no tiene fin. Porque en nuestros hermanos, amigos, compañeros, vecinos esta el corazón de Dios queriendo actuar.
Préstenle sus labios al Padre, él quiere derramar toda bendición. Perdamos el miedo, enterrémoslo, echémoslo fuera, que se pierda para siempre.
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